Por Joanna López, Fundadora y Editora Principal
Existe un latido antiguo bajo las calles de Roma, un pulso constante que conecta el pasado con el presente. Mientras recorría los vestigios del que fuera el imperio más poderoso de la antigüedad, no pude evitar sentir que cada piedra, cada columna erosionada por el tiempo, susurraba historias de gloria, tragedia y cotidianidad. El recorrido por la Roma Imperial es mucho más que una ruta turística; es un diálogo íntimo con nuestra herencia cultural y una invitación a reflexionar sobre cómo las civilizaciones pasadas continúan moldeando nuestro presente.
"Roma no se construyó en un día, pero cambió para siempre la forma en que entendemos la ciudadanía, la arquitectura, el derecho y la convivencia social. Caminar por sus ruinas es tomar conciencia de nuestra propia posición en la larga cadena de la historia humana." — Paolo Venturi, arqueólogo
Las primeras luces del amanecer bañan las ruinas del Foro Romano, otorgándoles un resplandor dorado que parece revivir, al menos por unos instantes, el esplendor de lo que alguna vez fue el corazón administrativo, político, comercial y religioso del imperio. Llego temprano, cuando el silencio aún permite imaginar los ecos de los discursos que cambiaron el rumbo de la historia occidental, los pasos apresurados de los comerciantes y el murmullo constante de conspiración y poder.
Este complejo arqueológico, situado en una depresión entre las colinas Palatina y Capitolina, evolucionó durante más de doce siglos. Cada emperador dejó su huella, ampliando espacios, construyendo templos más ostentosos o erigiendo arcos triunfales para inmortalizar sus conquistas. Al recorrerlo, me detengo especialmente en tres puntos:
El amanecer da paso a la mañana mientras me dirijo al símbolo indiscutible de Roma: el Anfiteatro Flavio, más conocido como Coliseo. Esta mole de piedra, que ha resistido terremotos, expolios y la inexorable erosión del tiempo, conserva intacta su capacidad de asombrar.
Al situarme en la arena, donde una vez gladiadores y bestias lucharon por sus vidas, es imposible no sentir un escalofrío. El Coliseo no era meramente un lugar de entretenimiento; era el escenario donde se manifestaba el complejo contrato social romano:
"Panem et circenses (pan y circo), la antigua fórmula para mantener a la plebe satisfecha, revelaba una profunda comprensión de la psicología social. Los emperadores entendían que un pueblo entretenido y alimentado rara vez se rebela, sin importar cuán opresivas sean las condiciones estructurales." — Extracto de mis notas de campo
La arquitectura del Coliseo revela el ingenio romano: su sistema de evacuación permitía que 50,000 espectadores salieran ordenadamente en menos de 15 minutos, un logro que muchos estadios modernos aún no consiguen. Sus 80 entradas, designadas con números romanos (muchos aún visibles), facilitaban el flujo ordenado de espectadores según su clase social.
Ascendiendo desde el Foro, llegamos al Monte Palatino, la colina más central de las siete que conforman Roma. Aquí, alejados del bullicio de la ciudad, los emperadores y la élite construyeron sus opulentas residencias. Los restos de estas domus (casas aristocráticas) y palacios imperiales ofrecen vislumbres de un lujo que desafía nuestra concepción de la vida antigua.
El palacio de Domiciano, con sus enormes salones, termas privadas y vistas privilegiadas sobre el Circo Máximo, demuestra cómo el poder absoluto se materializaba en privilegios cotidianos. Algunas habitaciones conservan fragmentos de frescos y mosaicos cuyos colores, sorprendentemente vivos tras dos milenios, nos hablan de un mundo antiguo mucho más colorido de lo que solemos imaginar.
Aunque solo parcialmente abierta al público y requiriendo reserva anticipada, la Domus Aurea (Casa Dorada) de Nerón merece una mención especial. Este palacio monumental, cubierto en parte por oro y piedras preciosas, contaba con un lago artificial (donde posteriormente se construyó el Coliseo), techo giratorio que "seguía" el movimiento del sol, y sistemas hidráulicos que rociaban perfumes sobre los invitados.
La megalomanía de Nerón, plasmada en esta residencia, fue tal que incluso sus contemporáneos la consideraron excesiva, contribuyendo a su caída. Paradójicamente, gracias a su enterramiento tras la muerte del emperador, muchos de sus frescos se han conservado, influyendo siglos después en artistas renacentistas como Rafael, que descendían con antorchas para estudiarlos.
Si hay algo que distinguió a Roma de otras civilizaciones antiguas fue su relación con el agua. Mientras recorro las imponentes Termas de Caracalla, me maravillo ante el sistema que permitía calentar diferentes estancias a distintas temperaturas, creando los primeros "spas" de la historia.
La red de acueductos que abastecía Roma transportaba más agua per cápita que muchas ciudades modernas. Este dominio hidráulico no solo permitía lujos como baños públicos diarios para todos los ciudadanos, fuentes ornamentales o espectáculos acuáticos; era la manifestación física de una filosofía política: el estado debía proporcionar ciertos servicios básicos para mantener la cohesión social.
Mi recorrido imperial concluye en la Regina Viarum (Reina de las Carreteras), la Vía Apia. Esta calzada, iniciada en el 312 a.C., ejemplifica la visión romana: no basta con conquistar territorios; hay que conectarlos eficientemente. La precisión de su trazado, perfectamente recto donde el terreno lo permite, y la durabilidad de su construcción por capas nos recuerdan que gran parte de la infraestructura moderna debe sus principios a estas antiguas carreteras.
Mientras avanzo entre cipreses y monumentos funerarios que flanquean la vía (los romanos situaban sus cementerios a las afueras de la ciudad), reflexiono sobre cómo estas carreteras, más que simples rutas de transporte, fueron arterias culturales que permitieron la diseminación de ideas, creencias y prácticas a lo largo y ancho del imperio.
La grandeza de Roma no reside únicamente en sus monumentos, sino en su perdurable influencia en nuestra forma de organizar sociedades. Nuestros sistemas legales, conceptos urbanísticos, idiomas romances e incluso expresiones artísticas continúan dialogando con aquella civilización.
Para quienes deseen profundizar en la experiencia gastronómica romana, recomiendo explorar las conexiones culinarias entre la Roma antigua y la cocina actual, brillantemente analizadas por mi colega Elena Torres en su artículo sobre gastronomía romana. Muchos platos tradicionalmente romanos como la porchetta tienen raíces que se remontan a recetas documentadas en el De Re Coquinaria de Apicio.
Si vuestro viaje incluye una visita al Vaticano, no dejéis de consultar los consejos prácticos de Carlos Mendoza para evitar las interminables colas en el Vaticano y maximizar la experiencia en este extraordinario enclave.
Finalmente, para aquellos preocupados por el impacto de su visita, Marcos Jiménez ofrece valiosas estrategias de turismo sostenible en Roma, conciliando nuestra pasión viajera con la preservación de este patrimonio único.
La Roma Imperial no es un capítulo cerrado de la historia; es una conversación continua con nuestro presente, una referencia constante que nos ayuda a entender quiénes somos y, quizás más importante, a reflexionar sobre qué tipo de sociedad queremos construir. Al contemplar estas ruinas milenarias, no puedo evitar preguntarme: ¿qué vestigios de nuestra civilización inspirarán a los viajeros dentro de dos mil años?